La segunda cosecha al fin está lista y Carolo no puede esperar para contarle a Margarita que al fin va a poder visitar al dentista, así que le escribe un mensaje contento.
Margarita casualmente estaba a pocos metros de su casa, sentada en un banco de madera, pensativa y un poco preocupada.
Llevaba muchos días sintiéndose mal y el médico no le había dado precisamente una noticia que esperara. La cabeza le daba mil vueltas por la inseguridad e incertidumbre al pensar en qué diría Carolo de todo esto...
Pero cuanto más dejaba pasar el tiempo, más nerviosa se ponía. Tenía que hablar con él de una vez por todas. Así que se armó de coraje y fue hasta su casa.
Margarita había pensado en el camino mil maneras de contarle a Carolo lo que estaba sucediendo y en todas lo había imaginado poniendo el grito en el cielo y sufriendo un paro cardíaco. Así que simplemente entró, se sentó, lo miró a los ojos y le dijo:
—Carolo... ¡vamos a tener un bebé!
El corazón se le salía del pecho y sentía que cuando Carolo abriera la boca sería para gritar que no estaba listo o que ese hijo no era de él. Estaba tan acostumbrada a sus celos y él era tan inseguro respecto a Javier, que tuvo casi la certeza de que tendría que someterse a algún examen de ADN para poder refregarle en la cara su fidelidad en un futuro.
Pero sucedió algo que no esperaba y para lo que tampoco estaba preparada. Carolo simplemente cerró los ojos, respiró profundo, sonrió y dijo:
—Juré que no iba a volver a perderte... ¿y cuánto más creías que podías ocultar esa barrigota? ¿Crees que soy tonto?
Magarita rompió en llanto y abrazó a Carolo lo más fuerte que pudo. Él la contuvo con el amor de siempre.
Cuando Margarita se fue Carolo puso los pies sobre la tierra y no pudo evitar preocuparse por su futuro y el de su hijo. Su economía aún no estaba firme, tampoco la de Margarita. ¿Qué pasaría con su sueño de tener su restaurante? ¿Podrían construir una habitación para el bebé y comprarle juguetes? ¿Quién cuidaría al bebé mientras trabajaban?
Esa noche durmió entre poco y nada. Esa y varias de las que siguieron.
Un tiempo después, en pleno desayuno en el restaurante de siempre, Carolo finalmente compartió sus inseguridades con Margarita. Había intentado de todas las maneras posibles disimular para no hacerla pasar malos momentos, pero ya no toleraba esa presión en el pecho. Ella lo comprendió, pero luego simplemente dijo:
—Carolo, no estamos solos en esto. ¿Te olvidas que tenemos amigos? ¿Crees que ellos nos dejarían pasar hambre si fuera el caso?
Margarita tenía razón. Sólo había que organizarse un poco y pedir ayuda si la necesitaban. Se relajó y decidió disfrutar al menos de ese desayuno. Ya no faltaba tanto para la llegada del bebé, quién sabe si podría volver a desayunar así en el futuro.
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